En los atribulados meses que siguieron al inicio de la guerra civil española, se encontraron en París un grupo de refugiados empresarios para ver cómo podrían encarar el sombrío futuro. Al empezar la reunión, el convocante pidió a cada uno de los asistentes que manifestaran en qué medida podrían contribuir a un proyecto común. Todos dijeron que no podían contribuir en nada.
Fue apuntando cero al lado de cada nombre, los sumó y les dijo que ya tenían una base para empezar: empezarían de cero.
Aún así, iniciaron unas actividades y consiguieron sobrevivir en aquellos difíciles momentos. La anécdota viene al caso en estos momentos frente al pesimismo imperante, cuando nada se espera ni de las entidades financieras, ni de los organismos oficiales, para regresar a situaciones pretéritas. No cabe duda que la actividad inmobiliaria no ha desaparecido, ni va a desaparecer, pero se impone el activar la imaginación para buscar esquinas y facetas de la misma que puedan ser desarrolladas.
Hay que afrontar el futuro con optimismo. Decía Winston Churchill que un optimista ve una oportunidad en cada calamidad; un pesimista ve una calamidad en toda oportunidad. Las pequeñas oportunidades son, a menudo, el principio de la gran empresa.
Agustí Jausàs
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